6.2. ÉXITO, FRACASO Y RELACIONES
CON LA AUTORIDAD
Desde el segundo
año de vida, el desarrollo de la personalidad
exige aprender a orientar la conducta en torno a los
objetivos que uno mismo se plantea y esforzarse por
conseguirlos. Las relaciones que se establecen en la
escuela desde los primeros años tienen, en este
sentido, una gran importancia. De ellas depende el aprendizaje
de la motivación de eficacia, el optimismo con
el que se afrontan las dificultades, el sentido del
progreso personal y la capacidad para relacionarse con
la autoridad en situaciones de trabajo.
El sentido
de la propia eficacia es una de las características
psicológicas más relevantes en la calidad
de la vida de los seres humanos, puesto que de dicho
sentido depende la capacidad de orientar la conducta
a objetivos y de esforzarse para conseguirlos con la
suficiente eficacia y persistencia como para superar
los obstáculos que con frecuencia se encuentran.
Competencia a la que suele denominarse como motivación
de eficacia.
Esta motivación
de eficacia es aprendida a partir de las experiencias
de éxito y fracaso que se han tenido a lo largo
de la vida, y especialmente durante la infancia y adolescencia.
Según como hayan sido dichas experiencias y los
mensajes transmitidos por los adultos más significativos,
los niños han aprendido a anticipar unos determinados
resultados (positivos o negativos) en las distintas
actividades que realizan (tareas escolares, relaciones
sociales, deporte...) y a darse a sí mismos mensajes
que ayudan u obstaculizan su eficacia (Harter, 1978).
Cuando los
esfuerzos que realiza un niño para superar una
tarea, o alcanzar un objetivo de forma independiente,
le conducen al éxito, o cuando los adultos significativos
para él (profesores, madre, padre...) le manifiestan
reconocimiento de forma consistente y adecuada, desarrolla
su capacidad para superar las dificultades, que se convierten
en alicientes para la actividad, y aprende a decirse
a sí mismo los mensajes positivos que ha recibido
de los demás ("lo vas a conseguir",
"sigue intentándolo", "no
te desanimes", "un fallo lo tiene cualquiera"...).
De esta forma, el niño desarrolla su curiosidad,
el deseo de aprender y la orientación a la eficacia;
características que le ayudan a enfrentarse a
las dificultades con seguridad, a superarlas y a ser
menos vulnerable al fracaso.
Se produce
el proceso contrario al anteriormente descrito cuando
los resultados que un niño obtiene en los intentos
de lograr algo por sí mismo le conducen al fracaso,
o cuando en estas situaciones los adultos suelen desalentarle
o criticarle ("¿quién te has creído
que eres?", "no lo vas a conseguir",
"tú no vales para eso"...).
Condiciones que hacen que el niño responda ante
las dificultades en general, y al aprendizaje en particular,
con ansiedad e ineficacia, al anticipar el fracaso y
haber aprendido a decirse a sí mismo los mensajes
que ha recibido de los demás y que obstaculizan
la superación de las dificultades que encuentra.
Como consecuencia de dicho proceso, el niño suele
ser inseguro, dependiente de la aprobación de
los demás, muy sensible a la crítica y
más vulnerable al fracaso, a la exclusión
social e, incluso, a la violencia (con la cual pueda
llegarse a conseguir un poder y una influencia -de carácter
negativo- que no se consigue de otra forma).
La realización
de tareas con otros adultos distintos de los que encuentra
en su familia, como los profesores, tiene una gran influencia
en el desarrollo de la motivación de eficacia
en el niño. Para favorecer dicha motivación
conviene proporcionar a todos los alumnos suficientes
experiencias de éxito, así como ayudarles
a aprender mensajes positivos con los que controlar
su propia conducta en situaciones difíciles.
La necesidad de percibirse con precisión
La percepción
que cada persona tiene de sus distintas capacidades
influye de forma importante en su adaptación
al entorno que le rodea. De dicha percepción
depende: las acciones que inicia, el esfuerzo que les
dedica y lo que piensa al realizarlas intentando superar
los obstáculos que surgen. Una adaptación
óptima requiere percibir con precisión
la propia competencia. Si una persona se valora por
debajo de su capacidad evita ambientes y actividades
que le ayudarían a desarrollarse, privándose
así de importantes experiencias o dirigiéndose
a sus objetivos con un sentimiento de deficiencia personal
que obstaculiza su rendimiento. Las consecuencias de
valorarse en exceso tampoco son muy buenas, porque puede
llevar a emprender acciones que van más allá
de las propias posibilidades y sufrir, por tanto, excesivas
dificultades e innecesarios fracasos (Bandura, 1987).
Para ayudar
a superar las tensiones que implica la continua exposición
de los niños a situaciones de éxito y
fracaso que existe en contextos de aprendizaje, conviene:
- Relativizar ambas situaciones, ayudando,
por ejemplo, a no considerarse superior a los demás
cuando se tiene éxito, ni inferior cuando se
vive un fracaso.
- Considerar las situaciones en las no
se obtienen los resultados deseados como problemas
a resolver, más que como fracasos, concentrando
la atención del niño en qué puede
hacer él para superar dichas dificultades y
ayudándole a conseguirlo.
Conviene tener en cuenta, además,
que pocas experiencias generan tanto malestar psicológico
como rechazarse a uno mismo. Un nivel suficiente de
autoestima es una condición necesaria para movilizar
el esfuerzo que requiere el aprendizaje. Los niños
que se sitúan por debajo de dicho nivel (que
no se aceptan a sí mismos) y que no tienen ninguna
oportunidad de éxito y reconocimiento, difícilmente
pueden soportar las dificultades o las comparaciones
que se producen en situaciones de aprendizaje. Y en
estos casos, es preciso desarrollar de forma prioritaria
niveles más altos de éxito y aceptación
personal. Para conseguirlo, conviene ayudar a que estos
niños :
- Se planteen objetivos realistas de
aprendizaje.
- Pongan en marcha acciones adecuadas
para alcanzarlos.
- Se esfuercen, superando los obstáculos
que suelen aparecer.
- Y lleguen a obtener el éxito
y el reconocimiento que necesitan por parte de adultos
más significativos (profesores, madre, padre...).
El hecho
de no sufrir nunca el más mínimo fracaso
y acostumbrarse a ser siempre el primero en todo, tampoco
es una situación ideal. Los niños que
se acostumbran a ella pueden tener dificultades posteriores
cuando se sientan fracasar (por el mero hecho de no
ser los primeros). Enseñar a estos niños
a relativizar su éxito suele ser necesario para
que puedan después relativizar el fracaso, así
como para que comprendan a los demás.
Los procedimientos
de aprendizaje cooperativo que se describen en los apartados
1.5 (para primaria) y 1.6 (para
secundaria) contribuyen a desarrollar el proceso
y objetivos anteriormente expuestos, al distribuir las
oportunidades de obtener éxito y reconocimiento
entre todos los alumnos, creando condiciones en las
que aprender a desarrollar el sentido del propio proyecto
académico, uno de los más importantes
objetivos del aprendizaje, imprescindible para luchar
contra la exclusión desde la escuela.
La importancia del optimismo aprendido
Normalmente,
cuando se sufre un tratamiento discriminatorio surgen
una serie de efectos que dificultan las relaciones sociales:
hostilidad, inhibición de la generosidad, dificultades
para colaborar... Se ha comprobado, en este sentido,
con niños de cinco y seis años, que estos
efectos no aparecen cuando a pesar de sufrir una discriminación
negativa de un adulto (que reparte a otros más
recompensas), el niño se encuentra recordando
una experiencia en la que se sintió satisfecho
consigo mismo. El efecto protector de este recuerdo
parece vacunar al niño contra determinadas
experiencias de riesgo (como la discriminación
negativa y la envidia), sin impedirle percibir la situación.
Vacuna que probablemente se produce porque los
pensamientos positivos provocados por el recuerdo hacen
que el niño conceda menos importancia a los pensamientos
negativos que produciría de lo contrario la discriminación
(Carlson y Masters, 1986).
Como se
refleja en el párrafo anterior, el optimismo
puede ayudar a prevenir importantes problemas emocionales;
entendiendo por optimismo: una atención selectiva
hacia los aspectos positivos de la realidad, que no
impida percibirla con precisión. Por el contrario,
el pesimismo, la atención selectiva hacia los
aspectos negativos de la realidad, suele aumentar el
riesgo de sufrir problemas emocionales (Seligman y otros,
1999).
En los estudios
actuales sobre inteligencia emocional, se ha
observado que las personas optimistas se adaptan mejor
a la realidad que las pesimistas, debido a que aquellas:
se sienten más felices, superan mejor las dificultades
y tensiones emocionales, son más capaces de dirigir
su conducta hacia objetivos y se relacionan de forma
más adecuada con los demás.
Para interpretar correctamente
lo expuesto en el párrafo anterior, conviene
tener en cuenta que la mayoría de las personas
suelen ser optimistas cuando piensan sobre sí
mismas o sobre su futuro, mientras que no suelen serlo
tanto cuando piensan sobre los demás o sobre
la sociedad. |