6.3. COOPERACIÓN, AMISTAD Y RELACIONES
CON COMPAÑEROS
Las relaciones
con los adultos y con los iguales se desarrollan en
estrecha interacción, cumplen funciones diferentes
y ninguna puede sustituir totalmente a la otra. Con
los adultos se resuelven las primeras tareas evolutivas,
a partir de las cuales se adquieren la seguridad o inseguridad
básica y la capacidad para orientar la conducta
hacia objetivos. Los compañeros comienzan a influir
en el desarrollo un poco después y a través
de complejas interacciones estimulan la adquisición
de la independencia y el desarrollo de las habilidades
sociales más sofisticadas, caracterizadas por
una reciprocidad máxima. En este sentido, cabe
explicar los resultados obtenidos en los estudios sobre
el desarrollo de la competencia social, en los que se
encuentra que las habilidades más sofisticadas
(necesarias para cooperar, negociar, intercambiar, competir,
defenderse, crear normas, cuestionar lo que es injusto...)
se desarrollan fundamentalmente en las interacciones
entre compañeros fuera de la familia.
Hay, sin embargo, situaciones
en las que el grupo de iguales no cumple adecuadamente
las funciones anteriormente expuestas: 1) cuando no
existen suficientes oportunidades para interactuar con
ellos; 2) cuando se comienza a interactuar con iguales
sin haber adquirido las competencia necesaria para establecer
relaciones simétricas; 3) o cuando las relaciones
entre iguales sustituyen a las relaciones con los adultos
(por carecer el niño de oportunidades adecuadas
en este sentido). En este último caso, los iguales
se convierten en fuente de seguridad, la función
que deberían cumplir los adultos, y no pueden
proporcionar el contexto para adquirir las habilidades
sociales más sofisticadas.
En función
de lo anteriormente expuesto puede comprenderse que
la adaptación socio-emocional dependa, en buena
parte, de las relaciones que los alumnos mantienen con
sus compañeros. Probablemente por eso, desde
los ocho años el rechazo de los compañeros
en la escuela predice su abandono prematuro, incluso
cuando se elimina el posible efecto que sobre ambas
variables puede tener la falta de rendimiento escolar.
El valor
predictivo del rechazo de los compañeros no se
limita al contexto escolar en el que suele ser evaluado,
sino que se extiende también a problemas muy
graves de adaptación socio-emocional durante
la vida adulta; como son: 1.-la delincuencia; 2.-graves
conductas autodestructivas, como las que conducen a
las drogodependencias o al suicidio; 3.-o los que subyacen
a la demanda de asistencia psiquiátrica.
El aprendizaje de habilidades necesarias
para la amistad
La peculiaridad
de las relaciones familiares limita las posibilidades
de aprender a negociar en dicho contexto. Allí,
el niño debe aceptar y adaptarse a sus relaciones
con padres y hermanos. Al salir de la familia, descubre
múltiples posibilidades para seleccionar sus
compañeros de juego y que puede negociar los
vínculos y contextos sociales. Aprende también
que sus iguales no le aceptan fácilmente. Tiene
que convencerles de su méritos como compañero
y a veces tiene que anticipar y aceptar la exclusión.
Los estudios realizados para averiguar qué características
distinguen a los niños o adolescentes más
aceptados por sus compañeros demuestran que éstos
tienden a elegir a aquellos que les permiten ejercer
temporalmente el control de la relación, intercambiar
el estatus o mantener un estatus similar; lo cual resulta
congruente con la naturaleza de las relaciones entre
compañeros y las convierte en la mejor oportunidad
para aprender a negociar y colaborar (Díaz-Aguado,
2002).
En la competencia general necesaria para
hacerse amigos desde el comienzo de la escuela primaria
parecen estar incluidas cuatro habilidades básicas
que permiten:
- Llevarse bien al mismo tiempo con
adultos y con iguales. Los niños más
aceptados por sus compañeros se diferencian
de los rechazados por ocupar una posición positiva
en el sistema escolar, logrando hacer compatible su
relación con tareas y profesores con la solidaridad
hacia sus compañeros. El niño con capacidad
para tener al mismo tiempo éxito y amigos suele:
participar con frecuencia y eficacia en las tareas
propuestas por el profesor y recibir su reconocimiento
pero dentro de ciertos límites, sin que esta
atención sea buscada por el niño ni
manifestar ansiedad por conseguirla.
- Colaborar e intercambiar el estatus.
La relativa ambigüedad del estatus que caracteriza
a las relaciones simétricas (entre iguales)
hace que una gran parte de las conductas que entre
ellos se producen estén destinadas a negociar
los papeles asimétricos (quién controla
o dirige a quién en cada momento). El niño
rechazado suele tener grandes dificultades para soportar
la incertidumbre que suponen los cambios de papel
y poderlos negociar. Desde los seis o siete años
se observa que los niños a los que sus compañeros
piden más información (dándoles
un estatus superior) son también los niños
a los más información les dan (que dan
a los demás un estatus superior). En este mismo
sentido, cuando se pregunta a los niños si
ellos pueden enseñar algo a otro niño
suelen mencionar a sus amigos, los mismos a los hacen
referencia cuando se les pregunta después si
algún niño puede enseñarles a
ellos algo, reflejando así que entre iguales
sólo se permite a otro que ocupe un estatus
superior si él también lo concede. Los
niños que tratan continuamente de controlar,
de dirigir a otros niños, suelen ser rechazados
por sus iguales. Cuando se pregunta a los compañeros
por qué no quieren estar con ellos suelen decir
que "porque son unos mandones", "porque
siempre hay que hacer lo que ellos dicen"...
Cuando se observa a estos niños se comprueba
que efectivamente suelen tener dificultades para colaborar,
no piden información a sus compañeros
y tratan con frecuencia de llamar la atención
sobre sí mismos, en lugar de tratar de centrarla
en la tarea. Es importante tener en cuenta que la
capacidad para colaborar intercambiando los papeles
de quién manda y quién obedece se adquiere
sobre todo entre compañeros que se consideran
mutuamente amigos. De ahí la importancia que
tiene conseguir que todos los niños tengan
al menos un buen amigo entre sus compañeros,
con el que desarrollar estas importantes habilidades
sociales.
- Expresar aceptación: el papel
de la simpatía. Los niños más
aceptados por sus compañeros de clase se diferencian
de los niños rechazados por ser mucho más
sensibles a las iniciativas de los otros niños,
aceptar lo que otros proponen y conseguir así
que los demás les acepten. Cuando se observan
las relaciones entre niños se comprueba que
la conducta que un niño dirige a sus compañeros
está muy relacionada con la que recibe de ellos.
Los niños que más animan, elogian, atienden
y aceptan, suelen ser los que más elogios,
atención y aceptación reciben. Esta
simpatía recíproca hace que al niño
le guste estar con sus compañeros y encuentre
en esta relación oportunidades de gran calidad
para desarrollar su inteligencia social y emocional.
Por el contrario, los niños que son rechazados
por sus compañeros suelen expresar con frecuencia
conductas negativas hacia ellos (agresiones físicas
o verbales, disputas, críticas..) y recibir
conductas similares de los otros niños. Esta
antipatía recíproca suele provocar una
escalada que hace que las conductas negativas aumenten
con el paso del tiempo.
-
Repartir el protagonismo y la atención.
Uno de los bienes más valorados en las situaciones
sociales es la atención de los demás.
Comprenderlo y aprender a repartirla sin tratar
de acapararla de forma excesiva (como hacen los
niños que resultan pesados y por eso
rechazados), ni pasar desapercibido (como sucede
con los niños aislados), es una de las más
sutiles habilidades sociales. La capacidad de un
niño para adaptarse a las situaciones grupales
suele evaluarse observando cómo trata de
entrar en un grupo ya formado. Los estudios realizados
sobre esta capacidad reflejan que los niños
más aceptados por sus compañeros suelen
adaptar su comportamiento a lo que el grupo está
haciendo sin tratar de acaparar la atención
de los demás ni interferir con lo que hacen,
comunicándose con ellos de forma clara y
oportuna. Los niños que suelen ser rechazados,
por el contrario, manifiestan menos interés
hacia los otros niños, suelen hacer comentarios
irrelevantes, expresan frecuentemente desacuerdo,
suelen ser ignorados por el grupo, e intentan llamar
la atención sobre sí mismos. Por eso,
los problemas de los niños rechazados por
sus compañeros pueden volver a producirse
cuando van a un nuevo grupo. Para superar estos
problemas suele ser necesario ayudar a que estos
niños adquieran las habilidades sociales
necesarias para hacerse amigos.
Conocimiento de estrategias socioemocionales
y capacidad de resolución de conflictos
Desde la
edad de un año pueden detectarse en los niños
conductas utilizadas intencionadamente para conseguir
algo de los demás. La primera de estas estrategias
sociales suele ser el llanto, y su desarrollo próximo
consiste en pedir o proponer directamente lo que se
pretende, una de las estrategias más frecuentes
que los niños emplean con sus padres. Su evolución
posterior se produce al ir incorporando progresivamente
argumentos para apoyar lo que se pide y superar así
los obstáculos que implica.
Las relaciones
entre iguales suelen suponer un fuerte impacto en la
adquisición de estrategias sociales. Con sus
compañeros, los niños descubren con frecuencia
que para conseguir un objetivo no basta con pedirlo
directamente. Así, desde los 6 años, la
mayoría de los niños llega a darse cuenta
de la necesidad de dar algo a cambio; y más tarde,
la de considerar la perspectiva del otro para llevar
a cabo estas negociaciones.
Para evaluar
el conocimiento que los niños tienen sobre estrategias
de relación con iguales, suele preguntárseles
cómo pueden resolverse diversas situaciones conflictivas.
Las estrategias que proponen los niños más
aceptados por sus compañeros reflejan un conocimiento
mucho mayor de la peculiaridad de estas relaciones,
suponen mejores consecuencias para todos los niños
implicados y permiten resolver con más eficacia
el conflicto por el que se pregunta. Los niños
rechazados por sus compañeros suelen proponer,
por el contrario, estrategias más simples y directas,
de carácter más negativo y menos eficaces
para alcanzar el objetivo propuesto.
La interpretación de situaciones
ambiguas
Desde los
11 años aproximadamente, la capacidad de los
niños para resolver conflictos sociales se refleja
en su habilidad para controlar las emociones negativas
que dichos conflictos implican, especialmente en situaciones
ambiguas, en las que son posibles varias interpretaciones.
Se ha observado
que los niños agresivos suelen tener dificultades
para interpretar correctamente determinadas señales
ambiguas procedentes de sus compañeros. Cuando,
por ejemplo, reciben un pisotón en una fila,
suelen interpretarlo como una muestra intencional de
hostilidad por parte del otro niño, descartando
inmediatamente la posibilidad de que pudiera ser
sin querer. La interpretación de hostilidad
hace que el niño responda con agresión
a estas situaciones ambiguas y sea después efectivamente
agredido, originando una escalada de la agresividad
que le impide establecer relaciones sociales adecuadas.
Aprender a inhibir la primera respuesta (cuando ésta
es negativa y estresante) y buscar otras posibles explicaciones
alternativas (que no generen agresividad), puede ser
de gran eficacia para prevenir la violencia y la exclusión
(Dodge y otros, 1990).
El rechazo y el aislamiento: dos
problemas diferentes que conviene ayudar a superar
La conducta
de los niños rechazados en la escuela primaria
suele ser muy visible y con frecuencia problemática
tanto para el profesor como para los compañeros;
y surge a menudo por la fuerte necesidad que estos niños
tienen de llamar la atención, por tener menos
oportunidades de protagonismo positivo que tienen sus
compañeros, no saber conseguir esta atención
de forma positiva, y la tendencia a conseguirla creando
problemas (molestando, agrediendo, saltándose
las normas, interrumpiendo, tratando de despertar la
envidia de los demás...). Uno de sus principales
riesgos es que con el tiempo aumente este comportamiento
antisocial (Asher y Coie, 1990). Para evitarlo es preciso
proporcionar al alumno rechazado oportunidades positivas
para conseguir la atención de los demás,
ayudarle a diferenciarla de la que obtiene cuando crea
problemas y a no necesitar esta última.
El niño
aislado se caracteriza por no ser aceptado ni rechazado,
sino ignorado por sus compañeros, entre los que
pasa desapercibido. Está como fuera de lugar,
al margen de lo que hacen sus compañeros, a los
que parece evitar. Suele manifestar miedo y ansiedad
al permanecer inmóvil, en silencio, mover los
pies con nerviosismo y evitar el contacto con sus iguales.
Estas conductas son similares a las de cualquier niño
de tres a cinco años que lleva poco tiempo en
una escuela infantil, y reflejan el miedo que le produce
una situación nueva a la que va adaptándose
gradualmente. Por eso, sólo pueden considerarse
como señal de un problema de aislamiento cuando
el niño lleva con el mismo grupo cierto tiempo
(más de tres meses como mínimo).
El aislamiento
priva al niño de relaciones entre iguales y de
esta forma de oportunidades para aprender importantes
habilidades sociales. La mayor parte de los niños
aislados suele darse cuenta de que no tienen amigos,
con el riesgo de infravaloración personal que
de ello puede derivarse. Para ayudar a un niño
a superar este problema conviene darle confianza, promover
activamente que comience a relacionarse con otros niños
y elogiarle cuando lo haga. Al principio puede resultar
necesario reducir la dificultad de la situación
para darle seguridad: favoreciendo que comience a jugar
con otro niño más pequeño o promoviendo
activamente su participación en un juego en el
que el papel del niño aislado quede muy claro
y sea fácil de asumir.
Para favorecer
que los niños que tienen problemas en las relaciones
con sus compañeros debido a falta de habilidades
sociales las adquieran puede seguirse el procedimiento
para enseñar este tipo de habilidades que se
resume al final del apartado 4.4.
Con niños de edades comprendidas entre los seis
y los diez años, puede favorecerse dicha adquisición
a través del aprendizaje cooperativo, descrito
en el apartado 1.5, y/o a través
de seis o siete sesiones individualizadas con tres componentes
básicos: reflexión entre el niño
y el adulto sobre cada habilidad; práctica supervisada
(en la que el niño con dificultades práctica
la habilidad con un compañero de clase) y evaluación
de la práctica entre el adulto y el niño.
A partir de la preadolescencia suele ser más
viable y eficaz la enseñanza de las habilidades
sociales a través de los diversos procedimientos
grupales que se describen en esta página web
(1.6 el aprendizaje cooperativo;
4.2, el debate y la discusión entre compañeros,
4.6 la representación de papeles
y 5.3, la construcción de la
democracia desde la escuela), como complemento de
los cuales pueden utilizarse los procedimientos de resolución
de conflictos (apartados 4.2,
4.3, 4.4)
tanto grupal como individualmente. |