6.4. LA CONSTRUCCIÓN DE LA PROPIA
IDENTIDAD EN LA ADOLESCENCIA
Para comprender
la principal tarea evolutiva de la adolescencia y los
problemas de convivencia que a veces se plantean en
la educación secundaria, conviene tener en cuenta
determinadas características evolutivas de dicha
edad.
Cambios en la forma de ver el mundo
Para llevar a
cabo la tarea fundamental de la adolescencia, en esta
edad puede comenzar a desarrollarse una forma diferente
de ver el mundo, el pensamiento abstracto, que permite
un gran distanciamiento de la realidad inmediata para
juzgarla a partir de lo que podría ser, imaginar
otras posibilidades además de las que existen,
pensar sobre los propios procesos psicológicos,
sobre lo que se piensa o lo que se siente, tratar de
explicar lo que sucede a través de múltiples
hipótesis, o analizar todas las posibilidades
y valorar la realidad como una de dichas posibilidades.
Capacidad que no todos los adolescentes desarrollan
por igual y que desempeña un decisivo papel en
la principal tarea que debe realizarse en esta edad:
la construcción del propio proyecto vital. Para
elaborarlo adecuadamente conviene plantearse la propia
vida como un conjunto de posibilidades que pueden ir
mucho más allá de las realidades que rodean
al adolescente. Estos cambios pueden ser el origen de
algunos problemas de indisciplina, al hacer por ejemplo
que el adolescente imagine nuevas posibilidades para
transgredir las reglas establecidas y descubra las contradicciones
o exageraciones de lo que le dicen los adultos.
La necesidad de ser especial
La capacidad
del adolescente para distanciarse de la realidad inmediata
y pensar sobre sus propios procesos psicológicos,
suele llevarle al principio (entre los 12 y los 16 años)
a un tipo especial de egocentrismo, caracterizado
por creer que lo que a él le preocupa es también
objeto de preocupación para los demás,
creyendo por ejemplo que los otros le prestan tanta
atención (a su aspecto y a su conducta) como
él mismo se presta, anticipando continuamente
cuáles van a ser las reacciones que producirá
en los demás, como si estuviera ante un auditorio
imaginario (Elkind, 1967).
La tendencia
de los adolescentes a pensar sobre sí mismos,
a buscar su diferenciación y su coherencia, les
lleva a contarse una historia sobre sí mismos
basada en el convencimiento de que su experiencia personal
es algo especial y único. Este problema podría
estar en la base de las conductas de riesgo en que se
implican algunos adolescentes con cierta frecuencia,
creyendo que las consecuencias más probables
de dichas conductas no pueden sucederles a ellos porque
son especiales. Esta fuerte necesidad que los adolescentes
tienen de sentirse especiales ayuda a explicar por qué
a veces pueden considerar deseables determinados problemas
(como la violencia o la expulsión de la escuela,
por ejemplo).
Los problemas
anteriormente mencionados pueden comenzar a superarse
a través de una adecuada interacción con
compañeros, que permita al adolescente contar
con un auditorio real con el que compartir sus
pensamientos y sentimientos y descubrir así que
a pesar de ser diferente comparte con los demás
importantes semejanzas, puesto que todos somos únicos
y especiales y al mismo tiempo iguales a los demás,
incluso en la adolescencia. Los procedimientos grupales
propuestos en esta página web (1.6
el aprendizaje cooperativo; 4.2,
el debate y la discusión entre compañeros,
4.6 la representación de papeles
y 5.3, la construcción de la
democracia desde la escuela), contribuyen a proporcionar
dichas oportunidades.
Búsqueda de sensaciones y
atracción por el riesgo
La habilidad
para afrontar con eficacia y autonomía las situaciones
de riesgo es un aspecto importante de nuestra capacidad
de adaptación que suele desarrollarse bastante
tarde. En relación a lo cual cabe considerar
la escasa eficacia que suelen tener con los jóvenes
los intentos de prevenir graves problemas que aumentan
en dicha edad (accidentes de tráfico, embarazos
no deseados, drogadicciones....) informando simplemente
sobre el riesgo que suponen las imprudencias. Y es que
con frecuencia el adolescente se comporta como si se
creyera invulnerable (o incluso inmortal), como si no
fuera a sufrir las consecuencias de los riesgos en los
que incurre (porque él es especial). Esta tendencia
a participar en situaciones arriesgadas (bebiendo mucho
alcohol, llegando a la violencia...) se incrementa,
además, por la orientación del adolescente
hacia la novedad y la independencia, que le lleva a
buscar nuevas sensaciones.
Para comprender
la conducta de riesgo en los adolescentes es necesario
tener en cuenta que no se produce de forma gratuita,
porque sí, sino que puede ser utilizada para
responder a funciones psicológicas y sociales,
especialmente cuando no se dispone de otros recursos
para ello. Entre dichas funciones cabe destacar: la
integración en el grupo de compañeros,
la reducción del estrés y de la incertidumbre
sobre la propia identidad, obtener experiencias de poder
y protagonismo social, establecer la autonomía
de los padres, rechazar las normas y valores de la autoridad
convencional, o marcar la transición de la infancia
al estatus adulto .
En función
de lo anteriormente expuesto, se deduce que para prevenir
las conductas de riesgo no basta con enseñar
a rechazarlas sino que es preciso desarrollar otras
alternativas que las hagan innecesarias.
La principal tarea del adolescente:
averiguar quién es y qué quiere hacer
en la vida
La adolescencia
es actualmente una etapa de aplazamiento, un tiempo
en el que se dispone de una capacidad física
y cognitiva muy próximas a las de un adulto,
pero en el que no se asumen todavía las responsabilidades
propias de dicha edad (trabajo, familia...)(Erikson,
1971). Período que permite una incorporación
gradual a dicho papel así como la posibilidad
de conocer distintas posibilidades para desempeñarlo,
cuestionar las experiencias reales, poder elegir entre
ellas, o construir otras nuevas. Esta característica
del adolescente (disponer de una capacidad física
y cognitiva similar o superior a la de los adultos,
ver la vida como un conjunto de posibilidades todavía
sin explorar, ausencia de responsabilidades y tendencia
a criticar a los adultos de forma radical) puede originar
frecuentes enfrentamientos con los adultos que tienen
la responsabilidad de educarle.
Las características mencionadas
en el párrafo anterior pueden ayudar a que el
adolescente resuelva su tarea más importante:
la construcción de una identidad propia, diferenciada,
la elaboración de un proyecto vital en sus distintas
esferas, de forma que se pueda dar una adecuada respuesta
a preguntas como las siguientes: ¿quién
soy yo?, ¿qué quiero hacer con mi vida?,
¿en qué quiero trabajar?, ¿cómo
quiero que sea mi vida social y mi vida familiar?, ¿cuáles
son mis criterios morales?, ¿cuáles son
los valores por los que merece la pena comprometerse?
El logro de una identidad positiva y diferenciada,
que favorezca el compromiso personal y constructivo
con las respuestas que uno mismo ha dado a dichas preguntas,
difícilmente se alcanza antes de acabar la adolescencia
(19 o 20 años), y generalmente algo más
tarde. Cuando dicha tarea se resuelve adecuadamente
se produce una identidad lograda, que se caracteriza
por dos criterios generales:
1) Es el resultado de un proceso de
búsqueda personal activa y no una mera copia
o negación de una identidad determinada.
En dicho proceso el adolescente se plantea distintas
posibilidades, duda entre varias alternativas y busca
activamente información sobre cada una de ellas
(sobre cómo viven y trabajan personas que las
representan, por ejemplo). La construcción
de la identidad surge después de dicho proceso,
durante el cual el adolescente puede experimentar
cierta inestabilidad.
2) Permite llegar a un nivel suficiente
de coherencia y diferenciación, integrando:
a) la diversidad de papeles que se han desempeñado
y se van a desempeñar (en la familia, en trabajo...);
2) la dimensión temporal (lo que se ha sido
en el pasado, lo que se es en el presente y lo que
se pretende ser en el futuro); 3) lo que se percibe
como real y como posible o ideal; 4) la imagen que
se tiene de uno mismo y la impresión que se
produce en los demás (amigos, compañeros,
padres, profesores...).
No todos los adolescentes resuelven adecuadamente
la tarea crítica de la adolescencia ni consiguen,
por tanto, una identidad diferenciada y coherente. La
crisis de identidad puede producir una serie de respuestas
que reflejan cierto desequilibrio temporal, y que cuando
se prolongan en exceso coinciden con las respuestas
inadecuadas a dicha tarea, entre las cuales cabe destacar:
1) La identidad
difusa, ignorando quién es uno mismo o hacia
donde va. Problema que se detecta por: la ausencia de
objetivos y la apatía, la incapacidad de esforzarse
con cierta intensidad o durante un tiempo prolongado
en una determinada dirección, la dificultad para
decidir o para comprometerse con las propias decisiones.
Estas características, que son relativamente
frecuentes al principio de la adolescencia, pueden ser
consideradas como problema cuando se prolongan en exceso,
impidiendo una adecuada autorrealización en edades
posteriores. Los adultos con difusión de identidad
son inseguros, inestables y tienen una gran dificultad
para comprometerse con proyectos o acciones emprendidas,
parecen vivir permanentemente en la adolescencia, en
crisis de identidad.
2) La fijación
prematura de identidad, es el extremo opuesto al
problema anterior. En esta condición el individuo
puede tener proyectos y objetivos claramente definidos,
pero estos no son el resultado de una búsqueda
personal entre distintas alternativas, sino la consecuencia
de una presión social excesiva (generalmente
de la propia familia) y/o de su propia dificultad para
soportar la incertidumbre que genera el cuestionamiento
de una identidad proporcionada por otro(s). Los adolescentes
que establecen sus proyectos vitales de forma prematura,
sin crisis ni cuestionamiento de una opción propuesta
por otra persona (y que suelen decir haber elegido incluso
desde su infancia) pueden parecer más tranquilos
y equilibrados que sus compañeros cuando estos
atraviesan por dicha crisis. Entre los riesgos que implica
la identidad prematuramente definida cabe destacar:
1) el empobrecimiento de dicha identidad, limitando
las posibilidades de desarrollo del individuo, así
como su capacidad para comprometerse y luchar por lo
que ha elegido cuando esta elección no fue realizada
con la suficiente madurez; 2) o graves discrepancias
entre las decisiones adoptadas (ocupación, pareja,
estilo de vida) y determinadas características
personales, con el consiguiente riesgo que de ello se
deriva en el desarrollo posterior produciendo insatisfacción
con las decisiones adoptadas o la tendencia a vivir
la crisis de identidad en edades posteriores cuando
su solución resulta más difícil.
3) La identidad
negativa, se produce cuando resulta muy difícil
la búsqueda de alternativas constructivas a una
determinada identidad convencional (la que proponen
los padres o la sociedad, por ejemplo), pero no se quiere
seguir dicha propuesta, sino que se reacciona contra
ella, negándola. El resultado de dicho proceso
suele ser también muy estereotipado y limita
considerablemente el desarrollo del individuo, puesto
que éste suele producirse en referencia a una
determinada identidad aunque en sentido contrario. Una
buena parte de las conductas antisociales que presentan
algunos adolescentes pueden ser una consecuencia de
su identidad negativa. Cuando esta condición
queda como estilo permanente de identidad puede producir
graves problemas tanto para el propio individuo como
para los demás.
La identidad lograda
(coherente y diferenciada) comienza a manifestarse a
partir de los 20 años, pudiéndose producir
ritmos de desarrollo distintos según el ámbito
al que se refiere (ocupación, familia, valores....).
Los adultos con
una identidad lograda tienen más capacidad para
superar los problemas sociales y emocionales que los
adultos con identidad difusa, prematura o negativa.
Actividades educativas sobre adolescencia
e identidad
La aplicación
del debate y la discusión (2.3)
al problema de la construcción de la identidad
puede ser de gran eficacia para ayudar a los adolescentes
en este proceso. Para lo cual pueden utilizarse también
los procedimientos de representación de papeles
(apartado 4.6) y los de ayudar
afrontar el estrés (apartado 4.3).
Como actividades
específicas en torno a este tema, en programas
anteriores (Díaz-Aguado, 1996) se han llevado
a cabo las siguientes:
1) Adopción de perspectivas sobre
la propia identidad a través de tareas individuales:
- Piensa en alguien de tu misma edad
y sexo que te parezca agradable. Y responde, después,
a las siguientes preguntas basadas en lo que tú
has observado de dicha persona: ¿de qué
suele hablar?, ¿en qué emplea su tiempo?,
¿cómo piensa, cuál es su actitud
ante el mundo que le rodea?, ¿cuáles
son las emociones que siente con más frecuencia?
- Resume en tres frases cómo
es la persona que acabas de describir. Y describe,
a continuación, cómo eres tú
comparándote con dicha persona.
- Si un compañero de clase os
estuviera observando a los dos, ¿en qué
os vería igual y en qué os vería
diferentes ?
- Pensando en la situación que
ocupáis en la sociedad, ¿cuáles
son las principales diferencias y las principales
semejanzas?
2) La construcción de la propia
identidad a través de la discusión y
el debate. Con el objetivo de estimular la coherencia
y diferenciación entre los distintos aspectos
implicados en la construcción de la identidad
pueden proponerse las siguientes preguntas:
- Cuando piensas qué quieres
hacer en la vida, ¿entre qué dudas
o has dudado?, ¿qué información
necesitas para resolver esas dudas?, ¿cómo
podrías obtener esa información?,
¿qué dificultades puedes encontrar
para realizar tus aspiraciones en los diversos papeles
que quieres desempeñar (trabajo, familia...),
¿cómo pueden superarse dichas dificultades?
- ¿Qué diferencias
y qué semejanzas hay entre cómo eras
antes y cómo eres ahora?, ¿cómo
te imaginas que vas a estar a los 30 años?,
¿por qué te imaginas así.
|